Su amor me salvo por Enrique Monterroza
Su amor me salvo
por Enrique Monterroza
Me impresiona en sobremanera pensar en el amor que Dios nos tiene, es increíble imaginarse que un Dios tan Grande, tan Poderoso y tan Importante se acordara de nosotros y diera lo mejor de Él para que nosotros pudiéramos alcanzar la salvación.
Me emociona pensar que Dios hizo todo por mí, que fue capaz de tomar la decisión de enviar a su único Hijo a morir en mi lugar, todo por mí, todo por ti.
La Biblia describe lo que Dios hizo por nosotros: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” San Juan 3:16 (Reina-Valera 1960).
A veces estamos tan acostumbrados a leer este pasaje de la Biblia o a escucharlo que ya no le damos la importancia que realmente merece y no nos damos cuenta que el corazón del evangelio esta en este verso: el amor de Dios demostrado a la humanidad.
Hay gente que se queja que Dios no existe y se preguntan: “Si Dios existe, ¿Por qué hay tantas guerras?, ¿Por qué hay tanta hambruna?, etc.”. Yo me pregunto: ¿Alguna vez esta gente ha leído lo que Juan 3:16 dice? y si lo ha hecho, ¿Alguna vez ha reflexionado en lo que esas palabras tratan de transmitir o de enseñar?
Y es que leer este pasaje tendría que ser la respuesta suficiente a cualquier pregunta que podamos tener, a cualquier queja que queramos hacer sobre la existencia de Dios y sobre el amor que nos tiene a nosotros los seres humanos.
Imagínate: Dios sin tener la necesidad de hacerlo, decide enviar a su único Hijo para que muriera por billones de personas que a pesar de no ser merecedores de ese acto, aun así, Dios decide hacerlo solo por AMOR, ese amor que no es comparable a cualquier otro amor que exista, ese amor que solo puede emanar del Creador del Amor: Dios mismo.
Lo más lindo de este acto es que Dios no envió a su único Hijo para condenarnos, sino que al contrario, lo hizo solo por salvarnos, la Biblia dice: “Porque no envió Dios a su Hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo sea salvo por él” Juan 3:17 (Reina Valera 1960).
Se necesita tener un corazón sensible para poder interpretar estas palabras escritas que lo único que reflejan o demuestran es lo mucho que le importamos a Dios, que a pesar de merecer condenación toma la decisión de morir por nosotros para salvarnos y no condenarnos.
Ese acto de amor que Dios hizo por ti y por mi merece todo nuestro reconocimiento y no hablo solo de un día especifico o de una semana en especial, pues su acto fue para toda nuestra vida, para cada día de nuestra existencia, para poder ser participes de una eternidad junto a Él.
Cada día de nuestra vida tendría que ser un homenaje a ese acto de amor que Él hizo por nosotros. Nuestra manera de vivir tendría que honrar su sacrificio, nuestra manera de hablar tendría que hacerse escuchar lo agradecidos que estamos por lo que Él hizo por nosotros, nuestras acciones deberían reflejar lo agradecido que estamos por cuanto nos salvo en lugar de condenarnos.
¿Cómo estas reaccionando ante este hermoso acto de amor que Dios hizo por ti?
¿De qué forma le estas agradeciendo?, ¿Es tú vida un homenaje a esa obra maravillosa de salvación que Dios hizo en ti?, ¿Realmente estamos valorando lo que Dios hizo por nosotros?
Vivamos cada día con el único propósito de honrarlo, de amarlo, de obedecerle, no porque nos obliguen o porque nos fuercen, sino porque nuestro corazón late de pasión por Él, porque estamos agradecidos, porque cambio nuestra vida, porque nos dio un sentido por el cual existimos, pero sobre todo porque nos ha regalado una salvación tan grande que no podíamos comprar y que ningún de nuestros actos lograrían ganársela, sino que Dios a través de el amor perfecto reflejado en su Hijo al morir nos dio ese regalo de vida eterna que está disponible para todos los que creen en Él y ¡Gloria a Dios! Que nosotros hemos creído y vivimos para reflejar lo que sentimos y pensamos sobre su amor hacia nosotros.
¡Que nuestra vida sea un homenaje al amor que nos ha demostrado!
Escrito por: Enrique Monterroza