Cuando la ira se apodere de ti – Angélica García
CUANDO LA IRA SE APODERE DE TI
“Abandonen toda amargura, ira y enojo, gritos y calumnias, y toda forma de malicia. Más bien, sean bondadosos y compasivos unos con otros, y perdónense mutuamente, así como Dios los perdonó a ustedes en Cristo”. Efesios 4:31-32 NVI
Era un sábado por la mañana, cuando Mercedes salió a su jardín y lo primero que vio fueron sus rosas despedazadas en el suelo. ¡Ya era el colmo! El perro de la vecina se pasaba siempre a su jardín a hacer algún destrozo como cavar en la tierra o retozar sobre su césped tan bien cuidado, pero destrozar sus rosas era algo que no podía tolerar. La envolvió una ira muy grande y sintió el impulso de ir a reclamarle a su vecina y derramar toda su furia sobre ella. Ya había hablado varias veces con ella de buena manera, sobre las “gracias” de su perrito, le había pedido que lo vigilara para que no entrara en su jardín, pero esta vez no sería de buena manera, pensaba mientras se dirigía a la casa de al lado.
Tocó muy fuerte a la puerta y esperó. La vecina salió alarmada y le dijo:
– ¿Qué sucede Mercedes?
– ¡Tu perro otra vez y esta vez destrozó todas mis rosas! Te he pedido que lo vigiles, pero siempre se mete a mi jardín a hacer destrozos, yo voy a llamar a la perrera para que se lo lleve.
– ¡No, no puedes hacer eso!
– Entonces no lo dejes salir de tu casa, porque si lo vuelvo a ver en mi jardín… ¡o llamo a la perrera o lo mato! ¡Eres una inconsciente, una irresponsable, una mala vecina, una mujer egoísta y tonta, que no sabe ni controlar a su perro!
– Mercedes por favor, lo siento mucho de veras…
– ¡De qué sirven tus palabritas ahora si mis rosas están hechas pedazos!
– Te voy a comprar otras matas de rosas, te lo prometo, hoy mismo iré al vivero y las compraré.
– ¡Yo quiero mis rosas, no las del vivero!
– Es que eso no es posible Mercedes, pero yo te ofrezco reemplazar esas rosas por otras, por favor acepta que yo lo haga en compensación por lo que hizo mi perro.
– ¡No quiero tus malditas rosas! ¡Ya estás avisada, ve despidiéndote de tu perro si lo vuelvo a ver en mi jardín!- Y se fue echando lumbre y de paso, pateó una plantita del jardín de la vecina.
Indudablemente la reacción de Mercedes se debió a que estaba harta y furiosa de tener que soportar repetidamente esos inconvenientes en su jardín, a causa del perro de su vecina y en esta ocasión la gota había derramado el vaso. Se sintió satisfecha de lo que le había dicho a la mujer, se lo merecía. Pero después de unas horas, cuando su ira se había aplacado, empezó a sentir vergüenza por el numerito que le había montado. Sin embargo pensaba que había sido necesario, ella se lo había buscado por no tomar en cuenta sus advertencias. “Tuve que hacerlo”, se justificaba, pero no podía dejar de pensar en que quizá se le había pasado la mano. Su conciencia le recordaba que eso que había hecho no era del agrado de Dios.
Muchos piensan que las personas que son cristianas no se pueden enojar nunca, que deben permanecer pasivas ante cualquier circunstancia. Pero no es así, sentimos las mismas emociones que los demás. Puede ser a causa de nuestro temperamento o por causa de una situación repetitiva que ya estamos hartas de aguantar, puede ser también por causa del estrés, etc. El temperamento viene con todo ser humano desde que nace, no se puede cambiar, si tenemos un temperamento colérico, será difícil reprimirnos, pero sí es posible cambiar nuestro carácter, dejando que Dios lo moldee y lo cambie, y así lograr un equilibrio.
Si no queremos actuar de manera que no le agrade a Dios, tenemos que dejarnos guiar por el Espíritu Santo, que desde que recibimos a Cristo mora en nosotros para guiarnos en todas las circunstancias de nuestras vidas. Pero muchas veces no nos dejamos guiar por Él y actuamos según nuestro propio parecer, dejándonos llevar por nuestros impulsos. Cuando esto sucede, puede ser que todavía no hemos aprendido a escuchar la voz del Santo Espíritu de Dios. Para esto, debemos de darnos un tiempo antes de explotar, pensar en hacer lo que Dios quisiera que hiciéramos y no lo que nosotros sentimos el impulso de hacer. Nunca vamos a actuar como Dios quiere, si estamos temblando de ira. Diremos cosas de las cuales nos arrepentiremos, heriremos a otras personas, quizá debilitaremos una amistad o hasta la romperemos o quizá nos haremos mala fama en con todas las personas que nos conocen. Pero lo más importante es que nuestra conducta no agradará a Dios.
¿Pero qué hacer si nos dejamos llevar por un ataque de ira, y habiendo perdido el control, herimos a una persona? En primer lugar, arrepentirnos sinceramente y después enfrentar a esa persona y pedirle perdón. Ese es un gesto que hará que la persona cambie su opinión de nosotros y estaremos haciendo justo lo que Dios desea que hagamos. Nuestra conciencia quedará tranquila y nuestro corazón en paz.
El Espíritu Santo que mora en nosotros es como una alarma que oímos sonar cuando estamos a punto de cometer un error, pero también la podemos oír cuando ya hemos cometido ese error. Esa alarma es un llamado de advertencia: “Piénsalo bien, no digas eso, no hagas aquello” Si tenemos disposición para escuchar, nos podremos controlar. Pero si no hacemos caso a ese llamado y nos dejamos llevar por la ira, esa alarma sonará después y nos hará sentir arrepentimiento y vergüenza por lo que hicimos o dijimos.
Dejémonos guiar siempre por el Espíritu Santo de Dios, en lugar de dejarnos manipular por nuestras emociones negativas, esto es garantía de triunfo y bienestar. Comprometámonos con Dios a seguir sus consejos sabios en lugar de nuestros impulsos necios.
“Mis queridos hermanos, tengan presente esto: Todos deben estar listos para escuchar, y ser lentos para hablar y para enojarse; pues la ira humana no produce la vida justa que Dios quiere.” Santiago 1:19-20 NVI
Escrito por: Angélica García Sch.
Para: www.mujerescristianas.org