El don de saber dar consuelo – Angélica García
EL DON DE SABER DAR CONSUELO
Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de misericordias y Dios de toda consolación, en cual nos consuela en todas nuestras tribulaciones, para que podamos también nosotros consolar a los que están en cualquier tribulación, por medio de la consolación conque nosotros somos consolados por Dios 2 Corintios 1:3-4
¿Te consideras una persona que sabe dar consuelo a los demás? ¿Cómo reaccionas ante el dolor ajeno? A veces no sabemos qué decirle a una amiga cuando está pasando por momentos difíciles, como la pérdida de un familiar o una enfermedad o cualquier cosa que le afecte mucho. A veces las palabras salen sobrando, es más importante lo que le transmitimos a esa amiga.
El amor es el motor que impulsa a sentir la necesidad de dar consuelo al que sufre. El amor al prójimo genera la compasión, la comprensión: la consideración, la disposición, necesarias para dar consuelo y lograr que la persona se sienta más tranquila. El amor de Cristo en nuestros corazones nos vuelve compasivas, amorosas y dispuestas.
Como cristianos tenemos obligaciones unos con otros: «Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran» (Romanos 12:15), «Sobrellevad los unos las cargas de los otros, y cumplid así la ley de Cristo» (Gálatas 6:2) Mientras más crezcamos en el Señor, más nos parecemos a Él y nos hacemos más sensibles al sufrimiento ajeno.
Dios permite aflicciones en nuestra vida, para que aprendamos de ellas y podamos comprender mejor el dolor ajeno. Él nos capacita para ser personas que sepamos animar, consolar y reconfortar a otros, basándonos en nuestras propias experiencias.
Dios siempre tiene un propósito para todo. El sufrimiento es una oportunidad para madurar emocional y espiritualmente. Lamentablemente hay personas que no saben aprovechar esta oportunidad, sufren por sufrir, no comprenden el propósito de Dios. Estas personas no sabrán qué hacer ante el sufrimiento ajeno. No tendrán la capacidad de sentir como un mismo corazón.
Debemos ser instrumentos útiles en las manos de Dios. Él consuela a sus hijos a través de sus hijos. ¿Cuántas veces, estando afligidas por una situación que estamos viviendo, no ha aparecido un hermano o hermana, justo en el momento que más lo necesitábamos? «Pero Dios, que consuela a los humildes, nos consoló con la venida de Tito» (2 Corintios 7:6)
Suele suceder que alguien que esté en medio de una tribulación, se encierre en sí mismo, se aísle de los demás y piense que Dios lo ha abandonado, pero es él quien se niega la bendición del consuelo de Dios, por su aislamiento voluntario. Dios siempre tiene a la mano un hijo o una hija a quien enviar para dar consuelo al que sufre.
Siempre tenemos que dejar que Dios nos moldee y nos enseñe a través de las pruebas y aflicciones, para saber brindar ayuda a los demás, para saber usar palabras que edifiquen y que levanten el ánimo del abatido.
Una mujer cristiana debe saber infundir esperanza, para que quien esté sufriendo, ponga su confianza en Dios. El poder y la misericordia de Dios se manifiestan en toda su gloria cuando depositamos nuestra confianza en Él. Cuando pasamos por pruebas duras y nos sentimos débiles, Él nos levanta y nos da fuerza que necesitamos. Nuestra fe se fortalece y podemos transmitir esa confianza a otros.
Para brindar consuelo verdadero, no usemos frases trilladas, pues esto sonará falso. Debemos estar genuinamente interesadas en el bienestar de la persona, para que nuestras palabras salgan del corazón. A veces un abrazo, un apretón de manos, una mirada, un gesto, dicen más que las palabras. No dudemos en expresar nuestros sentimientos. Hablemos de nuestras propias experiencias y de cómo Dios estuvo con nosotros en los momentos difíciles. Testifiquemos de Su amor y bondad.
Nunca seamos indiferentes al dolor ajeno, inclusive al de los animalitos, que también son creación de Dios. Ellos también sienten y sufren. Brindemos consuelo a todo aquel que lo necesite, tal y como quisiéramos recibirlo cuando nosotras mismas pasamos por momentos difíciles. Recordemos la regla de oro: «Y como queréis que hagan los hombres con vosotros, así también haced vosotros con ellos» (Lucas 6:31)
Seamos luz en medio de la oscuridad. Seamos portadoras de esperanza y trasmitamos a otros la confianza que tenemos depositada en Dios. Seamos testigos de Su fidelidad.
«Finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables» 1 Pedro 3:8
Escrito por: Angélica García Sch.
Para: www.mujerescristianas.org